Buena comida de verdad – Chefugee, L’Artisan, 28.02.2018

Cuando una tarde fría de lluvia entré al restaurante L’Artisant, me embargó un delicioso sentimiento de feliz satisfacción y calidez. El tintineo de los platos chocando y de la vajilla estaba respaldado por las animadas conversaciones y suaves risas. Era la inconfundible atmósfera que invade una habitación tras una buena comida, y esa tarde era la atmósfera que ocupaba el nuevo hogar de las cenas de Chefugee de Madrid for Refugees.

Las cenas de Chefugee es un evento organizado por voluntarios que ofrece a cocineros refugiados de todo el mundo la oportunidad de compartir sus platos típicos de forma remunerada. Esa tarde era la número 15 desde que el proyecto comenzó en abril de 2016 y el evento inaugural de Chefugee que hospedará el restaurante L’Artisan hasta mayo. Normalmente, es un restaurante de cocina de fusión francesa y japonesa; ese miércoles por la noche, estaba comandado por un equipo experto de voluntarios y cinco talentosos chefs. La plantilla culinaria estaba formada por dos chefs de Siria: Yassir de Alepo, antiguo peluquero y dueño de un negocio que ya ha colaborado en tres ocasiones con Chefugee junto con su mujer Samira; y Wesal de Hama, dedicado a la profesión de la flebotomía, otro colaborador que cuenta con una experiencia más amplia en cocinas madrileñas como Amazonico  y Elektra Madrid. Junto a ellos, dos cocineros de Sudán: Ahmed, un artista del peinado y del maquillaje cuyos talentos le llevaron incluso a liderar el grupo El Sudanesa; y Maha, un antiguo trabajador de una ONG con un doctorado en estudios de género que espera poder colaborar estrechamente con el equipo de Chefugee. Por último, José de Venezuela, un antiguo profesor de educación física que acumuló experiencia como cocinero en el Centro de Atención a Refugiado y Asilado de Vallecas.

Como no podía ser de otra manera, elaboraron un menú muy variado con sabores de los tres continentes. Los asistentes podían escoger entre un gran número de platos que hacían la boca agua; desde los más conocidos como hummus (Siria) y arepas (Venezuela) hasta sabores menos familiares como Yalanji (Siria) y arroz mixto con salsa de cacahuete (Sudán).

Aparte de los evidentes beneficios económicos para MFR y para los cocineros, esta iniciativa ofrece la oportunidad a refugiados con el don de la cocina de refinar sus habilidades y experimentar con sabores muy desconocidos para su público. Para muchos incluso puede ser vital a la hora de encontrar trabajo en el mundo culinario en Madrid. Una oportunidad que sin duda fue muy valorada por los chef de esa noche como Wesal que sueña con su propio restaurante sirio o Yassir que espera abrir un servicio de catering con su mujer. Sin embargo, personalmente pienso que lo más sorprendente sobre Chefugee es su obvio compromiso con el movimiento “Food- Community”. La idea de que la comida debería hacer bien a tus amigos, pero también a una comunidad más amplia. Ahmed, uno de los cocineros sudaneses, ilustró esta idea al compartir su alegría por poder demostrar que, aun como refugiado, era capaza de hacer algo, y algo que le hacía a él y a otros “sentirse bien” por igual. La ocasión reúne en sí misma a refugiados, representantes de ONGs y al público en general en una velada de animadas y deliciosas interacciones. Los chefs pueden compartir su sabroso talento y sentimentales sabores mientras que los invitados se sumergen en una cultivada experiencia gastronómica

La noche fue un éxito innegable. El acogedor restaurante estaba prácticamente inundado de clientes felices apretujados en mesas literalmente hasta a la entrada. Los presentes formaban un maravilloso abanico de caras nuevas y viejas junto con los representantes de CAR e incluso la estupenda Edelmira Campos de ACNUR. Me costó encontrar un crítico lo suficientemente duro como para elegir un plato favorito, y aquellos que lo hicieron rara vez estuvieron de acuerdo con la variedad de platos elogiados, desde tequeños hasta kofta.

De igual forma, debe recibir un aplauso el inestimable trabajo de equipo formado por versátiles voluntarios que desterraron sus uniformes por un día y se pusieron delantales de cocina y bar. Sin sus incansables y claramente profesionales esfuerzos, un evento de este calibre no habría tenido lugar y, honestamente, todo este asunto perdería gran parte de su encanto.

Al poco tiempo, una sonrisa radiante después de la otra nos trasladó a la puerta mientras que la conversación derivaba al siguiente evento en este nuevo lugar de adopción. Volviendo a la llovizna en el exterior, me quedé con un aroma persistente de comida buena de verdad y una anticipación ansiosa por la próxima cena de Chefugee.

Escribiendo por Samuel Allan

Traducción por Irene Palacios

Fotografía por Jane Mitchell